jueves, 6 de febrero de 2014

¿Quién no guarda en la memoria la imagen de un sombrero alón o de la sonrisa amplia en el rostro?

Hoy al pronunciar su nombre y recordar su vida, un sentimiento de orgullo nos invade a cada cubano. Tenía apenas 27 años cuando saltó para siempre a la inmortalidad. El Señor de la Vanguardia, el héroe de Yaguajay, de la Sierra Maestra y de la invasión, son algunos de los seudónimos por los que era conocido. Llegó a nuestra historia por todo lo alto y decidió no irse jamás del corazón de los cubanos. Los que lo conocieron coinciden en que sus cualidades predominantes eran un valor temerario, gran firmeza de carácter, patriotismo profundo y un gran sentido del humor que lo hacía una de las personas más joviales de la guerrilla, aun en los momentos más difíciles.
 Su compañero de mil batallas, Ernesto Guevara de la Serna, nuestro Che, al referirse a él en una ocasión expresó: Camilo era un hombre de anécdotas, de mil anécdotas, las creaba a su paso con naturalidad; unía su desenvoltura y su aprecio por el pueblo a su personalidad, eso que a veces se olvida y se desconoce, eso que imprimía el sello de Camilo a todo lo que le pertenecía, el distintivo precioso que tan pocos hombres alcanzan de dejar eso suyo, en cada acción.
Camilo Cienfuegos, un hombre de ayer, de hoy y de siempre; del pueblo y del mundo. Uno de los que con su fusil de futuro, hizo historia. En mi opinión debemos preservar los valores que él tuvo siempre. Intentemos matizar nuestras vidas con humor y amor. Amor a la revolución y a todo lo que nos ha brindado; y humor para enfrentar todas las calumnias que nos adjudica el imperialismo en su afán de dividirnos. Imitémoslo en nuestro andar de cada día, y tratemos que las nuevas generaciones lo hagan también.

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